Así las cosas, olas de plástico se levantan en nuestros océanos, 8 millones de toneladas, para ser precisos. En Chile se consume casi un millón de toneladas de plástico al año, de las cuales se recicla sólo el 8.5%. Surge la economía circular como el motor de un cambio de paradigma. Prevenir la generación de residuos es mucho más eficiente que hacerse cargo de ellos cuando termina su vida útil. Se estima que la economía circular podría ahorrar hasta US$1 billón para el 2030. Y la industria del packaging alimentario es uno de los principales actores de esta gran y urgente transformación cultural.
Producir-consumir-botar llegó a su fin. El planeta está sobregirado en uso de recursos naturales y la contaminación por residuos, especialmente plásticos, que genera daños irreparables al ecosistema. Este año, Chile entró nuevamente en sobregiro ecológico, posicionándose por tercer año como el primer país de Latinoamérica en sobregirarse ambientalmente.
En palabras simples, el sobregiro ecológico indica la fecha en que la demanda de la humanidad por recursos y servicios de la naturaleza sobrepasa lo que la Tierra puede regenerar durante un año, es decir, la biocapacidad. Según Global Footprint se necesitarían 1.8 Tierras para cubrir las necesidades de la población de forma sostenible.
El Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), que es el grupo científico reunido por las Naciones Unidas para monitorear y evaluar toda la ciencia global relacionada con el cambio climático, en su último informe sostiene categóricamente que las emisiones de gases de efecto invernadero siguen aumentando y los planes actuales para abordar el cambio climático no son lo suficientemente ambiciosos para limitar el calentamiento a 1.5 °C por encima de los niveles preindustriales, un umbral que los científicos consideran indispensable para evitar impactos aún más catastróficos de los que hoy estamos viviendo.
Debemos alcanzar las emisiones “netas cero” lo antes posible. Lo más urgente para ayudar a la naturaleza a combatir el cambio climático es proteger los hábitats naturales que almacenan miles de millones de toneladas de “carbono libre”.
Los llamados son claros y concretos. Debemos avanzar hacia una economía circular del plástico, manteniendo su valor en el tiempo y alargando la vida útil de este material que es de uso diario.
Revisemos las cifras. Anualmente, 8 millones de toneladas de plástico terminan en el océano, algo así como vaciar un camión de basura por minuto. En Chile se consume casi un millón de toneladas de plástico al año, de las cuales se recicla sólo el 8.5%. Del total de plásticos reciclados, un 17% son de origen domiciliario y un 83% de origen no domiciliario. Específicamente, poco más de la mitad de los plásticos reciclados de origen domiciliario (55%) son PET, el resto son principalmente PP y PE.
En este escenario, cobra relevancia el llamado “Pacto Chileno de los Plásticos”, liderado por Fundación Chile y el Ministerio de Medio Ambiente. El principal objetivo de este pacto suscrito el 2019 es “repensar el futuro de los plásticos, integrando a todos los actores de la cadena de valor: empresas, sector público y sociedad civil”. Una iniciativa que se enmarca en la “Red Global de Pactos por los Plásticos” impulsada desde hace cuatro años por la Fundación Ellen MacArthur en Reino Unido. Dicha institución, es la misma que participó junto a otros actores, en la “Hoja de Ruta para un Chile Circular al 2040”, lanzada por el Ministerio de Medio Ambiente.
El “Pacto Chileno de los Plásticos” enfatiza principalmente la necesidad de “trabajar de forma conjunta y articulada, generando colaboración e innovación para proponer nuevas formas de fabricación, uso, reutilización y reciclaje de los plásticos. Es urgente abordar y prevenir los problemas ambientales, pero a su vez el Pacto invita a aprovechar la enorme oportunidad de creación de valor que se genera”. Un acuerdo de esta magnitud, posiciona a Chile como el tercer país en implementar el “Pacto de los Plásticos”, junto al Reino Unido y Francia, y como el primer país de Latinoamérica que se suma a esta Red Global.
Ya se habla de la economía circular de los plásticos como el gran salvavidas para los océanos. Se estima que para el 2040 nuestro mar podría acumular 600 millones de toneladas de plástico. Los esfuerzos apuntan a uno de los mayores problemas: los envases plásticos flexibles de uso domiciliario. Según cifras de la Fundación Ellen MacArthur, anualmente se producen cerca de 50 millones de toneladas de envases flexibles en el mundo, lo que representa un 40% de todos los envases de plástico por peso. Estos son principalmente de un solo uso, desechables, y muy poco se reciclan. Por esta razón en Chile adquieren tal importancia soluciones que buscan abordar la integralidad del problema, como la Ley REP y la Ley de Plásticos de un Solo Uso, que impulsan no sólo a reciclar, sino a innovar, reutilizar y circularizar.
El último “Reporte The Circularity Gap” sostiene que más del 90% de todos los materiales extraídos y utilizados anualmente en el mundo se desperdician. La circularidad del planeta Tierra es muy baja: solo un 8.6% de los materiales vuelven a ingresar en nuestra economía.La economía circular se basa en tres principios: eliminar los residuos y la contaminación desde el diseño, mantener productos y materiales en uso, y regenerar sistemas naturales. El cambio de paradigma requiere de una transformación cultural del sector público, de las empresas y en las personas, generando una importante oportunidad, ya que prevenir la generación de residuos es mucho más eficiente que hacerse cargo de ellos una vez terminada su vida útil . Se estima que la economía circular puede significar ahorros de hasta US$1 billón para el 2030, según un informe elaborado por el Foro Mundial y la Fundación Ellen MacArthur.Este escenario lleva a replantearse varias preguntas. ¿Qué contamina menos, el plástico o el papel? ¿Es elegir entre uno u otro material la solución? ¿Dónde radica el problema? Los expertos sostienen que en la cultura del usar-desechar. Por ejemplo, un informe realizado por la Northern Ireland Assembly, compara el impacto medioambiental en la producción, reutilización y reciclaje de las bolsas de papel y las de plástico.
La investigación afirma que fabricar una bolsa de papel necesita cuatro veces más energía que la necesaria para fabricar una bolsa de plástico. Argumenta que para la producción de bolsas de papel se deben talar bosques (absorbentes de gases de efecto invernadero) y luego la posterior fabricación de bolsas produce gases de efecto invernadero. La mayoría de las bolsas de papel se fabrican calentando virutas de madera a presión a altas temperaturas en una solución química tóxica, con consecuencias a largo plazo, ya que se asienta en los sedimentos y llega a la cadena alimentaria.
Por otro lado, este estudio sostiene que los plásticos se producen a partir de los productos de desecho del refinado de petróleo. Un análisis del ciclo de vida de las bolsas de plástico incluye la consideración de los impactos ambientales asociados con la extracción de petróleo, la separación de productos en el proceso de refinación y la fabricación de plásticos. El impacto ambiental total, dependería de la eficiencia de las operaciones en cada etapa y de la efectividad de sus medidas de protección ambiental.
Su fabricación agrega muchas toneladas de carbono y otras sustancias químicas tóxicas a la atmósfera. Sin embargo, el estudio sostiene que los plásticos se fabrican actualmente a partir de un subproducto del petróleo o del gas natural. Según el reporte, hasta que no se desarrollen otros combustibles, tendría sentido desde el punto de vista medioambiental utilizar el subproducto en vez de otros recursos naturales.
Entonces, surgen conceptos claves como la reutilización y el reciclaje. Todas las bolsas y envases tienen un impacto, por lo que la solución es un cambio cultural hacia la circularidad. Juzgar la sostenibilidad sólo por el material y su degradación sería para algunos un error. Los materiales biodegradables sólo cumplen esta función en un entorno natural. En un vertedero los residuos se convierten en metano, un gas 25 veces más contaminante que el dióxido de carbono. De ahí la importancia de diseñar los productos desde la convicción de resolver problemas actuales y optimizar el uso de los recursos. Por tanto, entender y analizar el ciclo de vida de los productos es fundamental para valorar su sostenibilidad e impacto ambiental.
En SmartPack, el propósito de dar vida a una nueva generación de packaking desde la monomaterialidad y la reducción de gramajes, pensando cada producto desde el ecodiseño, adquiere un valor relevante en los nuevos contextos. El mundo del packaging alimentario sabe que es una oportunidad y un deber apostar por avances tecnológicos que permitan incrementar el rendimiento, la inocuidad y seguridad alimentaria, como también reducir significativamente el impacto medioambiental. Smartpack trazó su propia hoja de ruta para la circularidad, desarrollando productos que tengan una responsabilidad con el medioambiente a través de materias primas que se puedan recuperar o aplicar a distintas tecnologías, para la reintegración del recurso en nuevos envases o productos, creando una verdadera economía circular. La propuesta de ecodiseño en cada uno de sus productos intercepta la viabilidad medioambiental, económica y social, para lograr efectivamente el desarrollo de productos sustentables desde la innovación y el uso de nuevas tecnologías.